24 de marzo de 2014

Humaredas de fin de semana




Por un lado las tertulias futboleras…

Desde mi posición ya casi “desfutbolizada”, y teniendo en cuenta la nula importancia del tema, me ha hecho gracia el chico-pataleta diga -en concreto- que ayer alguien “no estuvo a la altura”, sobre todo después de ver la altura que alcanzó él y a la que llegó Messi. Y sobre lo de que lleva cinco años aquí y ya sabe cómo funcionan las cosas, está claro que algo ha aprendido el muchacho: sabe que cuando las cosas van mal, lo mejor es desviar la atención, y como otros, cuenta con los medios necesarios para hacerlo (siempre suele haber una víctima que se lo pone fácil).  Desde este punto de vista, no entiendo que una misma persona (si pretende ser  coherente) defienda por un lado “la cortina de humo Suárez” como una evidente tapadera mediática para silenciar la indignación ciudadana y la acción gubernamental, y sin embargo, no sea capaz de reconocer, a otra escala, la de Cristiano, Ramos y compañía, que, junto a algunos “periodistas”, estarían para enviarlos a la consulta de un psiquiatra de no ser porque saben perfectamente lo que hacen. Será el fútbol, que es así. Porque la estrategia mediática es la misma y más antigua que el tabaco, sólo que en un caso aplicada a la “información” deportiva (perdón, futbolística) y en otro caso a la política (perdón, partidista); me parece evidente más allá de que sean ciertos o no los hechos puntuales que se utilizan para la descontextualización, léase la muerte de Suárez o el mucho más relevante pisotón de Busquets, inspirado técnicamente, por cierto, en el propio destinatario del, faltaría más, condenable gesto.

Y por el otro, las tertulias políticantes

En mi prescindible opinión, me parece poco práctico el debate sobre si las reformas democratizantes de la Transición debieron ser más rupturistas. Parece evidente, a la luz actual, que debieron ser más radicales, pero ¿pudieron serlo? ¿Era posible en aquel momento? Los Unos creen que sí, los Otros creen que no (posiciones intermedias pocas, ya se sabe), pero ¿es esto importante ahora, es práctica esa discusión? Los Unos dirán que había una parte no mayoritaria de la sociedad que rechazaba las reformas por considerarlas continuistas con el franquismo, y que esa parte de la sociedad fue silenciada y engullida por el mayoritario respaldo social y electoral que recibieron las reformas llevadas a cabo. Los Otros dirán que una ruptura más radical era imposible en aquel momento histórico, porque aún lo impedían los poderes fácticos en la sombra (el llamado “búnker)  y porque hubiera provocado miles de víctimas que todos temían después de una guerra y una plácida y no condenable dictadura de cuarenta años. Dirán que el miedo ahogaba en aquel momento, y que es sencillo reclamar mayores radicalismos pretéritos desde un sofá democrático, terminando por obviar, además, que algo bueno sí se hizo en la Transición, y que ahora estamos reclamando de nuevo lo que otros ganaron levantándose de un sofá aún por democratizar. Los Otros contraatacarán recordando sorprendentes postureos y simulaciones de reconversión tardía. De poco sirve, pienso.
            Sí hay un debate que me parecería más práctico, y es cómo llevamos a cabo, AHORA, YA, esa ruptura que entonces no se hizo. Porque si las discrepancias de entonces no lo permitían, según la teoría de los Unos, está claro que esas circunstancias han cambiado cuarenta años después, con lo que ese argumento queda deslegitimado. ¿Que entonces no se podía, por miedo, por ignorancia o simplemente por ideología? Bien. Hagámoslo ahora que esas circunstancias han cambiado. Hagámoslo ahora que aquella mayoría que votó y aceptó las reformas se ha convertido en una mayoría que reclama la ruptura reclamada entonces por la minoría, que ya entonces creía que aquellos barros terminarían por formar estos lodos. Hagamos ahora lo que hay que hacer. Se puede hacer y (casi) todos, creo, queremos hacerlo. Y dejemos de lado, para avanzar de verdad, si se hizo o no o si debiera de haberse hecho y cómo.
            Ya es evidente que la Transición no fue cómo nos la han pintado durante tanto tiempo y cómo nos la siguen queriendo pintar, esta es la convicción de muchos, y cada día la de más gente, que diría el otro. Pintemos pues otro cuadro ahora que ya no hay miedo (o no debiera haberlo) y la ignorancia es menor (o debiera serlo), ahora que ya no están tan presentes esos condicionamientos que para muchos impedían la ruptura radical tras la muerte de Franco.
            Pienso en aquella minoría rupturista que se vio traicionada con la transición democrática y que vio su voz tapada por el coro general que decidió aceptar la transición articulada por El Rey, Suárez, Fraga y Carrillo como cabezas de cartel (todos ellos, por cierto, considerados traidores por sus seguidores más ortodoxos), y otros como Torcuato Fernández Miranda como secundarios, o más bien, protagonistas en la sombra. Pienso si aquella minoría es equivalente con la que minoría en que tratan de convertir a todos los que salieron a la calle el sábado (más los que nos quedamos en casa) a reclamar una dignidad democrática auténtica, y que estos días posteriores ven cómo la principal consecuencia de la muerte del “primer presidente español de la democracia” (lo que convierte en no democrática a la República, deduzco) está siendo el silenciamiento mediático general de la violencia sistémica que se denunciaba el sábado en la calle, mientras que se muestra la violencia puntual, tanto policial como ciudadana, como si fuera la principal y más extendida forma de violencia. Y al mismo tiempo, debido a la muerte de Suárez y los consecuentes reportajes y biopics televisivos, se trata de inculcar de nuevo la vieja narrativa de la Transición, se trata de imposibilitar de nuevo la auténtica ruptura planteando debates pasados que nos alejan del objetivo necesario. ¿Ahora tampoco se puede, ahora también hay miedo e ignorancia? Eso pretenden, sin duda, eso pretenden siempre. Pero ya no cuela, cada día cuela menos, quiero creer. A pesar de que lo sigan intentando, como poderosos y caballeros que son.