Por mucho que te apasione lo que haces, cuando trabajas
sin ver un euro o viendo una ridícula y mísera cantidad, hay ocasiones en que
es muy complicado mantener la profesionalidad y la honestidad exigibles cuando
trabajas sin cursiva. Es complicado porque continuamente se te está recordando, con cada tarea
no pagada, con cada esfuerzo no recompensado económicamente, que eso no es una
profesión, sino un aprovechamiento de mano de obra barata, cuando no gratuita. Un cachondeo, en definitiva. Un cachondeo que ya está incorporado al sistema como un mal inevitable.
Aún más complicado es ignorar esa voz que te empuja a no relacionar la
honestidad con una retribución económica, a olvidarte del aprovechamiento para
centrarte en lo positivo (que lo habrá), en las ventajas que pudiera o pudiese reportarte la honrada práctica de la tarea encargada y, es cierto,
voluntariamente aceptada. Palabras como rodaje, experiencia, capital simbólico
o, por supuesto, crisis, entran en juego: el lenguaje siempre es abundante a la hora
de servir a los aprovechados. Digo que es más complicado ignorar esa voz porque
sin ella, quizás, sólo quizás, encontrarías antes un lugar en el que dejaran de
beneficiarse tanto de tu extraña necesidad de ganarte la vida (si aguanto un
poco quizás empiecen a pagarme más, o a pagarme) como de la estúpida ilusión de todo bicho humano que realiza una actividad tratando de sacar siempre lo
mejor de sí mismo (para hacerlo mal, no lo hago, luego sigo haciéndolo y
haciéndolo bien, aunque sea por poco dinero, o por nada). Doble
aprovechamiento. Doble cinismo. Doble frustración.