9 de junio de 2013

Trabajar en cursiva


Por mucho que te apasione lo que haces, cuando trabajas sin ver un euro o viendo una ridícula y mísera cantidad, hay ocasiones en que es muy complicado mantener la profesionalidad y la honestidad exigibles cuando trabajas sin cursiva. Es complicado porque continuamente se te está recordando, con cada tarea no pagada, con cada esfuerzo no recompensado económicamente, que eso no es una profesión, sino un aprovechamiento de mano de obra barata, cuando no gratuita. Un cachondeo, en definitiva. Un cachondeo que ya está incorporado al sistema como un mal inevitable. 
Aún más complicado es ignorar esa voz que te empuja a no relacionar la honestidad con una retribución económica, a olvidarte del aprovechamiento para centrarte en lo positivo (que lo habrá), en las ventajas que pudiera o pudiese reportarte la honrada práctica de la tarea encargada y, es cierto, voluntariamente aceptada. Palabras como rodaje, experiencia, capital simbólico o, por supuesto, crisis, entran en juego: el lenguaje siempre es abundante a la hora de servir a los aprovechados. Digo que es más complicado ignorar esa voz porque sin ella, quizás, sólo quizás, encontrarías antes un lugar en el que dejaran de beneficiarse tanto de tu extraña necesidad de ganarte la vida (si aguanto un poco quizás empiecen a pagarme más, o a pagarme) como de la estúpida ilusión de todo bicho humano que realiza una actividad tratando de sacar siempre lo mejor de sí mismo (para hacerlo mal, no lo hago, luego sigo haciéndolo y haciéndolo bien, aunque sea por poco dinero, o por nada). Doble aprovechamiento. Doble cinismo. Doble frustración.