Había que enseñarle el lenguaje del futuro a los
nuevos lectores [...] arrebatarles el poder de contar historias a los que las
contaban.
Negarse a admitir la superioridad moral de quien manda
y da órdenes precisas acerca de cómo vivir, cómo amar, cómo comportarse, qué
leer, qué aplaudir, cómo vestirse. Había que ehcar abajo todo eso, destruir
todos los detalles del mundo heredado e inventar un nuevo territorio de
libertad absoluta [...] Librar a la humanidad entera de la esclavitud en la que
vivía, librarla de la aplastante rutina, de los amores averiados que se
consumían sin pasión, del aburrimiento anestesiante, de la pobreza conformista,
librarla en fin de la Realidad, ese invento de la Autoridad Competente.
Esa cobardía de grabar sólo lo que existía, documentar lo que
vemos a diario para reproducir meramente una realidad a todas luces
insatisfactoria y patética, renunciar a la creación de nuevos mundos que
trajeran nuevas verdades y que dejaran al Futuro, el ansiado Futuro, sin esa
condición de ser apenas el lugar donde nos espera nuestra muerte.