5 de octubre de 2010

Quimera 322

No es la próxima película de Monzón. Es la última obra publicada de Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970). ¿Es un libro? ¿Es una revista? Por lo visto y escuchado, es lo mismo que uno se pregunta al leer Alba Cromm, novela del mismo autor, de quien no he leído nada hasta el momento, con la excepción de habituales paseos por su blog. O eso creía yo hasta hace un par de días.


El número 322 de la revista Quimera, correspondiente al mes de septiembre, venía dedicado al divertido arte de la impostura literaria, que nada tiene que ver, en este caso, con determinados premios, sino con ese jugosa tarea de la falsificación y el engaño que estrecha los límites de lo que llamamos realidad (y ensancha los de la ficción, o quizás sea al revés) al tiempo que amplia nuestro sistema de alerta como lectores y como seres pensantes, cada vez más sedado gracias, entre otros muchos tranquilizantes, a esos mundos fáciles y literales de los que hablaba Sorela hace poco en Letras Libres (ver anterior post), si bien en un contexto radicalmente distinto a este y que no viene al caso.
El número me gustó, incluso más de lo habitual en algunas secciones, como el manifiesto final firmado mensualmente por Manuel Vilas y Agustín Fernández Mallo, por ejemplo. Sentí interés por los dos escritores que se entrevistaban, ambos desconocidos para mí: Lorenzo Ibaterra y Yolimar Ford-Echeverría. Respecto a la segunda, me sorprendió, en cierta manera, que la escritora no mostrase su rostro en ninguna de las dos fotos que acompañan al texto. En cuanto al segundo, busqué su nombre en google y no encontré nada. Miré en el catálogo de Pre-Textos, la editorial que había publicado el libro, según decía la entrevista. Nada. Ni rastro de Ibaterra. Me di cuenta entonces de que en la portada ponía “Ibaterra” y en la entrevista “Ibarreta”. Busqué en google otra vez, ahora con Ibarreta. Nada. Frustrado, incluso envié un mensaje por facebook a la redacción de Quimera para que me aclararan el apellido verdadero de este escritor, pues quería leer su libro de cuentos “teleoeconómicos”. No recibí respuesta, y me extrañó. Como también me extrañó la ácida reprimenda (con magnífico título) que recibía un libro de Vicente Luis Mora en la sección de críticas. Pasado el tiempo, viaje a Dublín mediante, llega a mis manos un ejemplar del Cultural, y en él leo algo que me deja perplejo. El número 322 de Quimera es una impostura literaria. Entero, desde la primera hasta la última línea. Una metafalsificación. La perfecta conjunción entre teoría y práctica Todo lo ha escrito Vicente Luis Mora, a quien ahora sí, he leído. Se ha inventado escritores (cuentistas, poetas, novelistas, ensayistas), se ha inventado libros, se ha inventado críticas, ha suplantado a colaboradores habituales de la revista (Germán Sierra, Damián Tabarovski, Vilas y Fernández Mallo). Una enorme ficción que, gracias a meses de trabajo y a la colaboración de Quimera (revista de tirada nacional, prestigiosa), se va a convertir en una de las obras más originales del año. Una creación que tiene la intención de responder, lo dice el autor, a la pregunta que tantos escritores nos hacemos (o deberíamos hacernos): hacia dónde debe caminar la literatura del siglo XXI. El propio Vicente Luis Mora reconoce que este experimento responde también a su antigua intención de hacer literatura en todos aquellos lugares que sea posible, utilizando al efecto cualesquiera formatos existentes. Intención lograda pues.
Para los que estéis más interesados en todo esto y en las relaciones entre realidad y ficción, visitad el blog del autor. En la entrada titulada El hoax de Quimera, explica el qué y el por qué de esta revista-libro que me hizo darme cuenta de varias cosas como lector. ¿Cómo puede ser posible que con esa serie de curiosidades un tanto extrañas que percibí –y como yo tantos otros lectores- mi cabeza no llegase a la conclusión de que toda la revista podía ser una impostura, sobre todo, teniendo en cuenta que el tema del número era precisamente ese, las imposturas? Y dejemos de lado la propia portada de la revista y que en la penúltima página, donde se incluyen los colaboradores de cada número, se confesase el crimen. Pero más allá de mi mayor o menor inoperancia y exhaustividad como lector en este caso (que hubiese sido más grave en el caso de que mi tarea fuese la de crítico y no la de escritor; y precisamente esto, la reflexión sobre la crítica actual, es uno de los objetivos de la obra), surgen otras preguntas. ¿Sabemos lo que leemos en realidad? ¿Somos conscientes de a qué y a quién le damos credibilidad y a qué y a quién le otorgamos nuestra confianza sin un ejercicio previo de crítica, sin un filtro personal que piense, que dude, que pruebe a mirar las cosas desde otro ángulo diferente al que se nos muestra como cierto, como verdadero, como real? ¿De verdad seguimos creyendo que una ficción –las hay que sí, claro está- sólo puede servir para entretenernos, por el mero hecho de ser ficción y no realidad? ¿Y quién me quita a mí ahora el interés por Ibaterra, un tipo que no existe, que es ficción? ¿Debería Vicente Luis Mora empezar a publicar cuentos bajo el seudónimo de Lorenzo Ibaterra?
En fin. Mi enhorabuena a todos los implicados en este número de Quimera. Ha sido un placer que me engañarais. Un placer pedagógico además. Doble placer. Y lo dejo ya, que esto empieza a parecer el anuncio de un vibrador.