11 de octubre de 2010

Impresiones

¿Puede ser comparado el periodista con un trabajador sometido a la voluntad del amo? [...] El periodista, la enorme mayoría [...], ha de vivir sometido, efectivamente, a esa tiranía [...] Poco a poco vemos que las trabas y las prohibiciones se enroscan a nosotros. Primero, nos rebelamos; después nos dejamos invadir por el desaliento; luego nos conformamos porque ya no hay más remedio, porque hemos ido demasiado lejos y no podemos retroceder [...] Y vamos tejiendo sin fe nuestra obra, dejándonos fecundar de mala gana por espíritus y convicciones en pugna con las nuestras.

Esto los escribió Wenceslao Fernández Flórez en 1916, en una de sus crónicas políticas recogidas en el libro Impresiones de un hombre de buena fe (Austral, 1964), una joya del ingenio y la sátira. A mí me parece que todo sigue igual. Y ha pasado casi un siglo.




Por otro lado, me parece curiosa la mención que hace Fernández Flórez a la obra de un periodista. En la actualidad se habla de obra si el implicado es un pintor, un fotógrafo, un escritor, un arquitecto, un director de cine. Pero no si el sujeto es periodista, con la excepción de determinados autores que de cuando en vez publican en forma de libro una recopilación de sus artículos (en la mayoría de los casos suelen ser autores más cercanos a la literatura que al periodismo, aunque publiquen con determinada frecuencia en algún medio). Es posible, se me ocurre, que algunos no perpetrasen los artículos y reportajes que perpetran si tuvieran esa conciencia de obra, si pensasen que lo que están escribiendo y publicando con nombre y apellidos –aunque el texto no comulgue con sus ideas y principios sino con los de instancias superiores- va a quedar ahí para siempre, en las hemerotecas ahora digitalizada. Pero se trata tan sólo de una ocurrencia, una impresión, que, como suele ser habitual, peca de nocturnidad. Aunque no de alevosía.