2 de junio de 2010

Relatos perdidos

Uno nunca sabe lo que pasará cuando empieza a escribir en una hoja en blanco, cuando empieza a cantar. Nunca se sabe lo que habrá al otro lado. Quizás no haya nada al final de estas palabras. Podemos tener claro el final de lo que vamos a contar, el lugar desde el que contarlo o la forma que tomará el fondo: esto depende de cada escritor, incluso de cada historia. Hay escritores que planifican cada paso del viaje y conocen el destino hacia el que van (son escritores “turistas”). Y los hay que hacen camino al andar (“viajeros”). Ambas posturas son igual de dignas y por tanto, respetables. Y como digo, en muchas ocasiones no depende tanto del escritor como del relato que se está escribiendo. Pero no podemos saber lo que reflejará ese espejo que es la hoja en blanco para un escritor. Un espejo que refleja lo que hay (lo que se ha vivido, se ha imaginado, se ha deseado), no lo que a nosotros nos gustaría que hubiera. Si las hojas escritas reflejasen siempre lo que el escritor tiene en su cabeza, lo que cree que quiere y puede escribir (y no se debería escribir sin creerlo), el mundo se llenaría de escritores geniales. Todos podrían serlo. Pero sabemos que esto no es así. La escritura, la que nace del conflicto entre el individuo y lo demás, la que sirve para conocerse a uno mismo y por tanto al mundo, la que se pone al servicio de los sueños y frustraciones del escritor, puede sorprendernos. Y puede perderse. Sin más, sin una razón aparente.
¿Dónde van los relatos que nunca llegan a escribirse? Y las notas perdidas, las ideas olvidadas (Azcona decía que las buenas siempre vuelven), los argumentos que nunca se transformaron en trama, las libretas tiradas a la basura, los cuadernos arrancados, los folios arrugados o despedazados, esos proyectos de los que nos habla Carmen Martín Gaite desde El cuarto de atrás (Destino, 2005), esos impulsos que se encienden como fuegos fatuos, al calor de ciertas lecturas, pero luego, cuando falta el entusiasmo, de poco sirve volver a la fuente que lo provocó, porque lo que se añora, como siempre, es la chispa del encuentro primero. ¿Dónde queda esa chispa que una vez fue un relato, al menos en potencia? Puede que los escritores no seamos más que los encargados de ir recogiendo esos relatos que un día se encendieron, quizás hace siglos. Encontrarlos y contarlos. Porque todas las historias merecen ser contadas. No hay relato por el que no valga la pena buscar. Al final del camino, lo escribió Bukowski, estarás solo con los dioses y las noches arderán en llamas. Llevarás las riendas de la vida, hasta la risa perfecta. Es por lo único que vale la pena luchar. Aunque sólo sea un momento.



Para Aga, por las borracheras cantadas, por los brindis escritos.


Por cierto, en la segunda parte de la canción, cambia el ritmo (se acelera), aunque el otro día Fito se lo pasara por el fitipaldi en el concierto de Sevilla (para una que tocaron de Platero...). En el disco, si no me equivoco, es Robe, el de Extremo, quien hace los coros en ese pequeño "subidón, subidón".