30 de junio de 2010

Piglia y la nouvelle

Se habla mucho de la novela, se habla menos del cuento y no se habla nada de la nouvelle o novela corta. Hay grandes libros que pertenecen –o podrían pertenecer- a este género. Pedro Páramo de Rulfo, El gran Gatsby de Fitzgerald, La invención de Morel de Bioy Casares o Los papeles de Aspern de Henry James, son algunos de los ejemplos más conocidos. Ricardo Piglia (Argentina, 1940), uno de los autores que más han teorizado sobre el cuento (conocido es su análisis de las dos historias de un relato) y sobre la nouvelle, añade a la lista de clásicos de la novela corta dos narraciones que no suelen incluirse en este género: El perseguidor de Cortázar (cuento) y El corazón de las tinieblas de Conrad (novela). Y entre los escritores contemporáneos, podríamos citar al también argentino César Aira como uno de los más firmes exponentes de un género que recibe aún menos focos que el cuento.
Piglia aporta una pequeña tesis sobre el tema en el prólogo de El arquero inmóvil (Páginas de espuma, 2006). La particularidad de la nouvelle como género reside, para el escritor argentino, en la distinción entre tres formas de conocimiento que nos ayudan a formar la intriga de una historia: el enigma, el misterio y el secreto. En los tres casos hay una información que desconocemos. La diferencia está en la causa de ese desconocimiento: el enigma porque hay que descifrarlo, el misterio porque no hay una explicación lógica, y el secreto porque alguien no nos da esa información que queremos conocer. En torno a uno de estos tres elementos (o dos de ellos, o los tres) se estructura toda nouvelle, y en realidad, podríamos añadir que toda historia.
Un aspecto clave que comparten las mejores novelas cortas es lo que Piglia llama el narrador débil, que surgió a finales del siglo XIX, en paralelo a la más citada irrupción del yo y al fin del narrador omnisciente (Joyce, Proust). Se trata de un narrador que titubea, que duda, que narra una historia que no termina de comprender: un secreto que no termina de conocer, aunque pueda intuirse. Un narrador que cuenta una historia que no es la suya, con lo que es importante que sepamos qué es lo que lo impulsa a contar esa historia. En el caso de la novela de Rulfo, por ejemplo, las primeras líneas son definitivas en este sentido: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo cuando ella muriera.
Como en todo género, se hace necesario una especie de ideólogo. Piglia propone a Henry James y su casa de la ficción: el narrador pasa por delante de una casa que tiene las ventanas iluminadas y ve una escena, ve a un hombre y a una mujer que se besan, por ejemplo, y trata de entender qué pasa ahí, o qué podría pasar, y con esa percepción parcial empieza a averiguar, a construir la historia.

Room Tourists, de Edward Hopper