14 de abril de 2010

Ficción y desmesura

Hay personas a las que no les gusta leer ficción porque piensa que sólo sirve para distraerse. Los argumentos para contradecir ese criterio son tantos (entre ellos, la cursiva) que no voy a recordarlos (disculpad la pereza). Simplemente voy a añadir uno más, relacionado con La noche de los tiempos, la novela de Muñoz Molina, y la situación política y judicial que vive este país últimamente.
Uno de los múltiples aciertos de la novela, a mi entender, es la manera en que el autor plasma –en el tono, en la atmósfera- la desmesura verbal que se vivió en España en los meses previos a la guerra (in)civil, y cómo eso contribuyó a desencadenar el conflicto.



El libro es un examen de conciencia: republicano en particular y español en general, sin edulcorante, o con mucho menos del habitual en ciertos autores. Hay palos para todos, palos que se dieron ellos mismos, no los inventa el autor en este caso. Palos para el comunismo sólo teórico de algunos, para Bergamín y su Alianza de Intelectuales Antifascistas, para la doble moral, tan de moda actualmente, para la desmesura cultural que ensalza a unos y sepulta a otros por dudosos motivos, para el exilio español en París, para el falso vanguardismo artístico, para los monárquicos, para los partidos que estaban representados en el Parlamento previo al levantamiento militar, para la Iglesia, para el fanatismo político. Sobre esto último, escribió Larra hace más de 175 años:

Cae una palabra de los labios de un perorador en un pequeño círculo, y un gran pueblo, ansioso de palabras, la recoge, la pasa de boca en boca, y con la rapidez del golpe eléctrico un crecido número de máquinas vivientes la repite y la consagra, las más veces sin entenderla, y siempre sin calcular que una palabra sola es a veces palanca suficiente a levantar la muchedumbre, inflamar los ánimos y causar en las cosas una revolución.

Ahora que con el caso del juez Garzón (y antes con la llamada ley de la memoria histórica) parece que vuelve a surgir (nunca se fue del todo) la cantinela de las dos Españas, bien haríamos todos en leernos la novela de Muñoz Molina, aunque nos pese (lo digo porque son 958 páginas, de las cuales no sobra ni una). ¿Para qué nos puede servir? Para calmarnos, para no sacar las cosas de quicio, para medir las palabras y el lenguaje, para tener conciencia de lo que fuimos y compararlo con lo que somos, para recordar que hubo un tiempo, hace menos años de los que parece, en el que todo el mundo se volvió loco, sin muchos aspavientos, poco a poco, todo el mundo empezó a sospechar de todo y de todos. Un tiempo en el que la desmesura provocó una competición por ver quien la decía o la hacía más gorda, por ver quién la tenía más grande. Hasta que se les fue de las manos, sin que muchos dieran crédito (como ahora los bancos). Me parecen buenas razones para leer una novela, una ficción. Bien harían muchos en leerla estos días, antes de hablar. Pero claro, entiendo que es más fácil abrir la boca que un libro. Ahí me quedo sin argumentos, y sin post.