17 de diciembre de 2008

Con la novela en la mochila

Vuelvo al frío, con los míos. Seguiré escribiendo desde allí.

12 de diciembre de 2008

Sobre los sentidos

Dice Diane Ackerman en Una historia natural de los sentidos que una de las pruebas de maestría para un escritor es la capacidad para describir olores. El olfato, desde luego, influye en las personas mucho más de lo que podríamos pensar a simple vista (bueno, a simple olfato). En su libro, publicado en 1990, Ackerman ofrece un completo repaso al mundo de los sentidos, dedicando una parte a cada uno de ellos (añade una sexta parte que habla de la sinestesia).
Se trata de un libro muy interesante y atractivo, repleto de historias, curiosidades y reflexiones sobre lo que olemos, lo que vemos, lo que tocamos. Es decir, que habla de aquello que nos hace comunicarnos con el exterior, no hay modo de comprender el mundo sin detectarlo antes con el radar de los sentidos. Somos capaces de aumentar sus capacidades, mediante un microscopio, un audífono, una lupa, pero lo que esté fuera del alcance de nuestros sentidos quedará relegado necesariamente a la ignorancia. Y esto es algo de lo que un escritor tiene que tomar muy buena nota.
Una de las historias que se nombran en el libro es la de la conocida Helen Keller, citada por la autora al comienzo del primer capítulo:

El olfato es un hechicero poderoso que nos transporta miles de kilómetros y hacia todos los años que hayamos vivido. Los olores de las frutas me llevan de golpe a mi casa en el sur, a mis juegos infantiles en el huerto de melocotoneros. Otros olores, instantáneos y fugaces, hacen que mi corazón se dilate de alegría o se contraiga con el recuerdo de un dolor. Con sólo pensar en olores, mi nariz se llena de aromas que despiertan dulces recuerdos de veranos antiguos y campos maduros a lo lejos.



Helen Keller fue una niña –nacida en 1880- que debido a unas fiebres que tuvo con diecinueve meses se quedo ciega, sorda y muda, con lo que su capacidad de comunicarse con el mundo se redujo angustiosamente. Años después escribiría en su autobiografía, titulada The store of mi life lo siguiente: El día más importante de mi vida fue aquel en que mi maestra me conoció. Se refiere a Ann Sullivan, una institutriz que fue clave en su desarrollo y que interpretó con acierto Anne Bancroft (se llevó el Óscar) en El milagro de Ana Sullivan (The miracle worker), la película que Arthur Penn rodó en 1962 basándose en la versión teatral que él mismo había dirigido antes (tanto la obra como la película fueron escritas por William Gibson), y que a su vez estaba inspirada en la autobiografía de Keller. De la vida se pasó a la literatura, de literatura al teatro y del teatro al cine (¿para cuándo el videojuego?). Perdón.




El libro de Ackerman incluye muchas referencias a escritores, en lo que respecta a su especial relación con los sentidos o la inspiración. Schiller, por ejemplo, guardaba manzanas podridas bajo la tapa de su escritorio e inhalaba su olor ácido cuando necesitaba encontrar la palabra justa (muchos años después, en la Universidad de Yale, descubrieron que el olor de las manzanas pasadas tiene un poderoso efecto positivo sobre las personas, y puede evitar ataques de pánico). Sobre el tema de la concentración y las manías de los escritores, dice Stephen Spender en La confección de un poema:

Siempre hay una ligera tendencia del cuerpo a sabotear la atención de la mente proporcionando alguna distracción. Si esta necesidad puede ser digerida en una dirección (como el olor de las manzanas podridas o el sabor del tabaco o el té), entonces las otras distracciones son eliminadas. Otra posible explicación es que el esfuerzo concentrado que supone escribir es una actividad espiritual que hace que se olvide completamente, por el momento, que se tiene un cuerpo. Es una perturbación del equilibrio del cuerpo y la mente, y por ese motivo se necesita una suerte de ancla de sensación en el mundo físico.

Una curiosidad para terminar. Cuando yo lo leí, hace años, sentí una especie de sorpresa inquietante: apenas un 20% de los ingresos de la industria de la perfumería proviene de perfumes para personas; el otro 80% procede de los perfumes destinados a los objetos entre los que vivimos. En la calle 57 con la décima avenida (quizás hayan cambiado de dirección), en Nueva Cork, hay una empresa que alberga a las mejores narices del mundo (el edificio es conocido dentro del mundillo como el IFF –International Flavors and Fragances). Su misión: crear los aromas que nos influyen y persuaden a diario sin que nos demos cuenta. La mayoría de las colonias que usamos, tanto las masculinas como las femeninas, salen de allí. Pero también ese tufo a “McDonalds” que nos invade al caminar por una gran avenida, el olor “a pastel recién hecho” en la cocina de una casa que tratan de vendernos, el olor a coche nuevo en uno que es de segunda mano o ese agradable olor a comida que se expande por unos grandes almacenes gracias al aire acondicionado cuando es la hora de comer y que nos induce a tomarnos algo en el restaurante. ¿Por el aire acondicionado? Inquietante… ¿Estamos seguros de que las cosas que nos apetecen realmente nos apetecen por que queremos nosotros? ¿Somos conscientes de que hay muchas personas que se ganan la vida influyendo en nosotros sin que reparemos en ello? De todo esto habla también en cierta manera –y perdón por citarme- la entrada Los placeres del espíritu…consumista.
Una historia natural de los sentidos supone una deliciosa panoplia de historias muy curiosas e interesantes que hacen su lectura amena y muy recomendable porque abre los sentidos, que son los encargados de recopilar la información que llega a nuestra mente. Y como escribió Wendell Holmes, una mente que se expande hacia una idea nueva nunca vuelve a su dimensión original. Luego expandamos.

7 de diciembre de 2008

Hacia Lisboa

Me entero en la presentación del primer libro de cuentos de Yago Moliní (he tenido el placer de escribir el prólogo) que el El abrazo de piedra va a viajar en tren hacia Lisboa gracias a Pepe, un hombre encantador al que he conocido hoy. Puedo imaginarlo sentado en el tren, con mi libro en las manos y una sonrisa en la cara. Me ha preguntado qué me parecía si al llegar a Lisboa dejaba el libro en alguna biblioteca, en un banco, en un café. Le he contestado que me parecía una idea maravillosa. Y de camino a casa me he planteado si acaso no escribí esos cuentos sólo para que algún día Pepe se los llevara con él en ese tren hacia Lisboa. Creo que sí.
Buen viaje.

3 de diciembre de 2008

Las citas

Así como Godard decía que quería hacer películas de ficción que fueran como documentales y documentales que fueran como películas de ficción, yo he escrito –o pretendido escribir- narraciones autobiograficas que son como ensayos y ensayos que son como narraciones. Y tanto en unas como en otras he insertado mis citas. Decía Susan Sontag en el prólogo del admirable –hoy bastante extraviado- libro Vudú Urbano de Edgardo Cozarinsky, un pionero y gran experto en incluir citas en sus relatos: “Su derroche de citas en forma de epígrafes me hace pensar en aquellos films de Godard que estaban sembrados de citas. En el sentido en que Godard, director cinéfilo, hacía sus films a partir de y sobre su enamoramiento con el cine, Cozarinsky ha hecho un libro a partir de y sobre su enamoramiento con ciertos libros”.

Me formé en la era de Godard. Lo que le había visto hacer a éste y a otros cineastas de los 60 lo asimilé con tanta naturalidad que después, cuando alguien me reprochaba, por ejemplo, la incorporación de citas a mis novelas, me quedaba asustado de la ignorancia del que reprochaba aquello en el fondo tan normal para mí. A fin de cuentas, poner una cita –como bien sabía Sterne y yo sabía ya entonces- es como lanzar una bengala de aviso y requerir cómplices. Me sorprendía encontrar tarugos que veían con malos ojos lo que yo siempre había visto con mi mejor mirada: esas líneas ajenas que uno incluye con uno u otro, o ningun propósito, en el texto propio.

Pienso con Fernando Savater que las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Por eso algunos de los escritores más auténticamente originales del siglo pasado, como Walter Benjamin o Norman O. Brown, se propusieron (y el segundo llevó en Love´s Body su proyecto a cabo) libros que no estuvieran compuestos más que de citas, es decir, que fuesen realmente originales...

Y también creo con Savater que los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir, las dos peores variantes del tópico: “Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema de no deberle nada a nadie. En el fondo, quien no cita no hace más que repetir pero sin saberlo ni elegirlo...”.

Texto escrito por Vila-Matas (o no) en su web (o la web que lleva su nombre), e incluído en Dietario Voluble, recientemente publicado por Anagrama.

Supongo que no le importará que le cite, incluso me atrevería a asegurarlo. Y si tiene alguna queja la incluirá en un texto de su próximo libro, y de esa forma seré yo el citado y el círculo se cerrará. Todo muy vilamatiano, incluído el juego de este post.