28 de noviembre de 2008

Un poquito de Kakfa



...la palabra final debe sobrevivir en el corazón sobre las ruinas de toda la anécdota.

...se hizo evidente en mi organismo que la literatura era la manifestación más productiva (sic) de mi personalidad.

Al volver a casa después de la despedida, arrepentimiento por mi falsedad y dolor por la inevitabilidad de la misma.

He repasado unos viejos papeles. Uno necesita de todas sus energías para soportar semejante cosa. La desdicha que hay que soportar al interrumpir un trabajo que sólo puede tener éxito cuando se hace de una sóla titrada; esto es lo que siempre me ha sucedido hasta ahora, y hay que pasar por esta desdicha con tantos apuros, aunque no con la antigua intensidad, cuando uno lo relee todo.

...me aferro a mi novela.

..."La condena", la he escrito de un tirón, durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las diez de la mañana.

...conmovido como sólo lo estoy cuando escribo. ¡Si pudiera ser así con todo el mundo por mediación de mi mujer! Pero, ¿no sería esto en detrimento de la literatura? ¡Eso sí que no!

Sólo el deseo de morir y el hecho de seguir resistiendo todavía, sólo eso es amor.


Kakfa empezó a escribir sus diarios con veintisiete años, y ya no paró nunca, a pesar de que una de las frases más habituales en sus páginas sea "Hoy no he escrito nada". En vida publicó varios cuentos, entre ellos "La transformación" (por lo visto mal traducida hasta ahora como "La metamorfosis"). Pero no fue hasta un año después de morir cuando su amigo Max Brod, contraviniendo la voluntad (nunca sabremos si era verdadera) de Kakfa de quemar todos sus manuscritos, publicó las tres novelas -inacabadas- que conocemos hoy en día del escritor checo: "El proceso", "El desaparecido" (así quería titularla Kakfa, aunque Brod la editó con el título de "América") y "El castillo".